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miércoles, 24 de marzo de 2010

DE UN MONSTRUO Y DE MIEDO



 
Le tengo mucho miedo al monstruo. Le temo mucho. Se que el viene por mi y que conoce mis movimientos. Estoy asustada, aterrada, varias veces mientras camino miro por sobre mi hombro y se que me está siguiendo. Siento su presencia detrás de mí. Le temo mucho, tiemblo de solo pensar que esta detrás de mi y que en cualquier momento podría encontrarme. Le temo, le temo y le temo. 

No he podido conciliar el sueño por las noches y he perdido varios kilos solo por la angustia de que el monstruo podría aparecer frente a mí y devorarme. Se devoró a mi padre y también lo hará conmigo. Se que lo hará por que es lo que desea, su deseo me grita. Se que quiere devorarme por mi pecados. Sabe lo que soy y lo que hago, sabe que le temo porque soy una pecadora. 

Me estremezco visiblemente, la gente me mira extrañada, ellos no saben. Ellos no le temen, porque son ignorantes, no le temen al monstruo. El monstruo viene a veces en los sueños de los niños a atormentarlos si han dicho alguna mentira expiatoria, si han cometido una travesura. Pero de adultos lo olvidan y comienzan a llamar al monstruo, “culpa”. Pero yo no lo he olvidado, nunca lo olvidé, siempre estuvo tras de mi por mis pecados. El quiere devorarme, casi puedo sentir su aliento ferruginoso cerca de mis narices, quiere sangre, se deleita con mi angustia. Soy su presa. 

Camino arrebozada en mi abrigo por las invernales calles de esta desierta y muerta ciudad. Las escasas personas me saludan y me sonríen si temor del monstruo. Aquí todos se conocen, todos saben quien eres, pero ninguno sospecha de mi pecado, de mi gran pecado y por el cual soy victima de este temible y siniestro “acechador”. 

Al entrar a mi casa me aseguré de que nadie me estuviera siguiendo, pero al mirar la calle de al frente el monstruo estaba ahí aunque no visible, pude sentir su presencia, su respiración agitada deseoso de que me entregara a la desesperación. Pero yo no iba a caer, no sin luchar contra él. El monstruo sabia que yo no caería así como así, me conocía, lo se. 

Le eché el cerrojo a la puerta y me quite el abrigo. Desde adentro se escuchaba un pequeño ronroneo mezclado con una fina voz cansada. Despreocupadamente me desembaracé de las bolsas con mercancía que llevaba y me dirigí hacia una puerta la final del pasillo. Ahí se escondía mi tesoro, mi pecado y mi secreto más profundo, aquel con el que soñé tantas veces y que por fin era mío. Abrí con cuidado la puerta de madera cobriza y detrás de ella me devolvió la mirada Evolette, primero se sorprendió y en un segundo volvió su expresión cansada y abatida. No sonrió pero si me miro mientras me posaba cerca de ella para constatar que su herida sanaba bien. Le acaricie su delgada cabellera. 

“¿Tienes frío?” le escribí en un papel. Y negó con la cabeza. En aquel pequeño cuarto se encontraba mi computadora y mis libros. Estaba, la habitación, alfombrada de muro a muro exceptuando un pequeño altillo que hacia las veces de estudio fotográfico, mi gran pasión después de la escritura. Evolette se encontraba sentada en el altillo, atada de manos y pies para evitar que escapara y que pidiera ayuda por teléfono. No podía dejar que escapara ahora que se había completado mi obra más maravillosa de todas. Le dedique una de mis sonrisas más hermosas, una que solo podía dedicarle a ella en toda la angustia de saber que el monstruo vendría por mí. No contesto mi sonrisa con una de las suyas, no me dejó ver una vez más sus perlados dientes adornando sus rojos labios, tan hermosos. 

Me miro desde su posición y luego recorrió con los ojos toda la habitación en busca de algo: “¿Tienes hambre?”. Y volvió a negar con la cabeza. Cerraba los ojos una y otra vez negando con expresión cansada. “¿Qué deseas?” le escribí en un cuadernillo, y volvía a negar con la cabeza y cerraba los ojos por largo rato. 

Cuando entraba en mi cuarto secreto olvidaba por completo al monstruo. El monstruo quedaba afuera, no podía penetrar mi fortaleza, pero a ratos su presencia me ponía nerviosa. Miraba a todos lados pensando que en cualquier momento podría a parecer a mis espaldas y revelar mi secreto, no obstante había algo que me angustiaba mucho más. Más que un secreto era un tesoro. 

Mi propio tesoro escondido en mi casa. Salí de mi cuarto secreto y saque la llave que tenia colgada al cuello junto a mi adorado Ankhs. La llave era pequeña y un poco cuadrada en la cabeza. La punta tenía solo dos dientes. La metí en la cerradura de una pequeña caja escondida en el living. Dentro y rodeadas de hielo se encontraban mis dos grandes tesoros. Las orejas de Evolette, que tenían la forma de unas alas de Mariposas. Las observé por algunos segundos cuando escuché un estruendo ensordecedor en mi cuarto secreto. 
Corrí lo más rápido que me permitía mi pierna mala. Al entrar vi a Evolette tirada en el suelo y los papeles del escritorio regados por el piso… la ventana estaba abierta, Evolette me miraba asustada. El monstruo, el monstruo había entrado VENIA AL FIN

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